El hombre salvaje busca a una esposa de debajo de la tierra.
Inanna la de los muslos de cedro llama a su amado, El Toro Plow: "ven a cubrirme con tu furia salvaje". ¿Que desea realmente una mujer?
Las mujeres deseaban ejercer soberania sobre su propia vida, pero hay otra verdad igualmente poderosa que satisface tambien esa pregunta. Los hombres que se esfuerzan en comprender la forma de ser y actuar que se muestra en el cuento seran para siempre compañeros y amantes de la mujer salvaje.
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MANAWEE
Un
hombre fue a cortejar a dos hermanas gemelas. Pero el padre le dijo: “No
podrás casarte con ellas hasta que no adivines sus nombres.” Aunque
Manawee lo intentó repetidamente, no pudo adivinar los nombres de las
hermanas. El padre de las jóvenes sacudió la cabeza y rechazó a Manawee
una y otra vez.
Un
día Manawee llevó consigo a su perrito en una de sus visitas
adivinatorias y el perrito vio que una hermana era más guapa que la otra
y que la segunda era más dulce que la primera. A pesar de que ninguna
de las dos hermanas poseía ambas cualidades, al perrito le gustaron
mucho las dos, pues ambas le daban golosinas y le miraban a los ojos
sonriendo.
Aquel
día Manawee tampoco consiguió adivinar los nombres de las jóvenes y
volvió tristemente a su casa. Pero el perrito regresó corriendo a la
cabaña de las jóvenes. Allí acercó la oreja a una de las paredes
laterales y oyó que las mujeres comentaban entre risas lo guapo y viril
que era Manawee. Mientras hablaban, las hermanas se llamaban, la una a
la otra por sus respectivos nombres y el perrito lo oyó y regresó a la
mayor rapidez posible junto a su amo para decírselo.
Pero,
por el camino, un león había dejado un gran hueso con restos de carne
al borde del sendero y el perrito lo olfateó inmediatamente y, sin
pensarlo dos veces, se escondió entre la maleza arrastrando el hueso.
Allí empezó a comerse la carne y a lamer el hueso hasta arrancarle todo
el sabor. De repente, el perrito recordó su olvidada misión, pero, por
desgracia, también había olvidado los nombres de las jóvenes.
Corrió
por segunda vez a la cabaña de las gemelas. Esta vez ya era de noche y
las muchachas se estaban untando mutuamente los brazos y las piernas con
aceite como si se estuvieran preparando para una fiesta. Una vez más el
perrito las oyó llamarse entre si por sus nombres. Pegó un brinco de
alegría y, mientras regresaba por el camino que conducía a la cabaña de
Manawee, aspiró desde la maleza el olor de la nuez moscada.
Nada
le gustaba más al perrito que la nuez moscada. Se apartó rápidamente del
camino y corrió al lugar donde una exquisita empanada de kumquat se
estaba enfriando sobre un tronco. La empanada desapareció en un
santiamén y al perrito le quedó un delicioso aroma de nuez moscada en el
aliento. Mientras trotaba a casa con la tripa llena, trató de recordar
los nombres de las jóvenes, pero una vez más los había olvidado.
Al
final, el perrito regresó de nuevo a la cabaña de las jóvenes y esta vez
las hermanas se estaban preparando para casarse. “¡Oh, no! —pensó el
perrito—, ya casi no hay tiempo.” Cuando las hermanas se volvieron a
llamar mutuamente por sus nombres, el perrito se grabó los nombres en la
mente y se alejó a toda prisa, firmemente decidido a no permitir que
nada le impidiera comunicar de inmediato los dos valiosos nombres a
Manawee.
El
perrito en el camino vio los restos de una pequeña presa recién muerta
por las fieras, pero no hizo caso y pasó de largo. Por un instante, le
pareció aspirar una vaharada de nuez moscada en el aire, pero no hizo
caso y siguió corriendo sin descanso hacia la casa de su amo. Sin
embargo, el perrito no esperaba tropezarse con un oscuro desconocido
que, saliendo de entre los arbustos, lo agarró por el cuello y lo
sacudió con tal fuerza que poco faltó para que se le cayera el rabo.
Y eso
fue lo que ocurrió mientras el desconocido le gritaba: “¡Dime los
nombres! Dime los nombres de las chicas para que yo pueda conseguirlas.”
El
perrito temió desmayarse a causa del puño que le apretaba el cuello,
pero luchó con todas sus fuerzas. Gruñó, arañó, golpeó con las patas y,
al final, mordió al gigante entre los dedos. Sus dientes picaban tanto
como las avispas. El desconocido rugió como un carabao, pero el perrito
no soltó la presa. El desconocido corrió hacia los arbustos con el
perrito colgando de la mano.
“Suéltame, suéltame, perrito, y yo te soltaré a ti”, le suplicó el desconocido.
El
perrito le gruñó entre dientes: “No vuelvas por aquí o jamás volverás a
ver la mañana.” El forastero huyó hacia los arbustos, gimiendo y
sujetándose la mano mientras corría. Y el perrito bajó medio renqueando y
medio corriendo por el camino que conducía a la casa de Manawee.
Aunque
tenía el pelaje ensangrentado y le dolían mucho las mandíbulas,
conservaba claramente en la memoria los nombres de las jóvenes, por lo
que se acercó cojeando a Manawee con una radiante expresión de felicidad
en el rostro. Manawee lavó suavemente las heridas del perrito y éste le
contó toda la historia de lo ocurrido y le reveló los nombres de las
jóvenes. Manawee regresó corriendo a la aldea de las jóvenes llevando
sentado sobre sus hombros al perrito cuyas orejas volaban al viento como
dos colas de caballo. Cuando Manawee se presentó ante el padre de las
muchachas y le dijo sus nombres, las gemelas lo recibieron completamente
vestidas para emprender el viaje con él; le habían estado esperando
desde el principio. De esta manera Manawee consiguió a las doncellas más
hermosas de las tierras del río. Y los cuatro, las hermanas, Manawee y
el perrito, vivieron felices juntos muchos años.
Krik Krak Krado, este cuento se ha acabado
Krik Krak Kron, este cuento se acabóPara ganarse el corazon salvaje de una mujer, el compañero tiene que comprender al maximo la doble naturaleza de esta. El hecho de que hay dos mujeres en ella, un ser exterior y una criatura interior.